San Sebastián ofrece espacios diversos y distintos, lecturas e interpretaciones diferentes de su realidad simple y compleja, salpicada en detalles señoriales, capitalinos y bohemios. Todas coexisten, unas se entrelazan otras van en paralelo.
Lo oficial no deja de ser real, y lo real es mucho, fluye a borbotones, pero no cuenta con el boletín oficial ni el libro de los decretos, así que se asoma en lo que le dejan, y en lo que prefiere…
Menos acentuada, si se quiere, San Sebastián vive el dilema de la sociedad vasca, que quema energías a diario para mantenerse en un pulso permanente entre ciudadanos, que les perjudica a todos.
El discurso de la calle es poderoso pero se pierde en los interminables senderos de la prevención, los equívocos, los rechazos y las renuncias. No tienen necesariamente razón quienes representan las instituciones, a sabiendas que en buena parte se aguantan, vacías de contenido y continentes, reflejo de inercias de la representación del poder.
La ciudad puede con todo, lo carga, lo sobrelleva y en ocasiones lo luce con atractivo especial.