Hoy 17 de octubre es el “Día Internacional contra la pobreza”. En el sentido más directo el pobre es por ejemplo, el señor que hace un rato estaba sentado en tierra y con la mano extendida, avergonzado, en la calle de acceso al mercado semanal de los sábados de Viladecavalls. Otros pobres son los que cosidos a deudas con sueldo insuficiente y familia numerosa, pelean día a día por sobrevivir sin entrar en las trincheras de la delincuencia. Esta sociedad es abiertamente injusta y asentada en las desigualdades, pero cuando menos debería asumir el compromiso de que no hubiera persona alguna que al final del día no reciba los mínimos para la subsistencia.
La pobreza tiene más dimensiones. Miles de millones de personas sufren inseguridad, injusticia e indignidad. Según la FAO, cuando acabe el año, 1.020 millones de personas sufrirán hambre, la cifra más elevada desde 1970. El FMI y el Banco Mundial han advertido que hasta 2010, unos 90 millones de personas podrían caer en la pobreza debido a la crisis.
Además, 1.000 millones de personas viven en asentamientos precarios, cada minuto una mujer muere a consecuencia de complicaciones derivadas del embarazo, 1.300 millones no tienen acceso a asistencia médica básica, 2.500 millones no tienen acceso a servicios sanitarios adecuados y 20.000 niños y niñas mueren cada día a consecuencia de ello.
La pobreza no es únicamente la falta de ingresos, sino la privación del acceso a los derechos necesarios para disfrutar de un nivel de vida adecuado. Se traduce en escasez de comida, empleo, agua contaminada, tierra y vivienda, pero también en privación, discriminación y aumento de la desigualdad, falta de participación la xenofobia y el racismo, la violencia y la represión en todo el mundo.