Un amigo con años, de aquellos con los que en su momento habíamos compartido ilusiones, inquietudes y zozobras, en la tarea de librar a la sociedad de la dictadura franco-fascista, me recordaba que el 20 de noviembre tenía también otros recordatorios y otras lecturas.
Efectivamente. Ligada con la muerte, la fecha del 20 de noviembre tiene la coincidencia de ser el día que murieron en años distintos y formas diferentes, Buenaventura Durruti Dumange, muerto por una bala anónima en la madrileña, Ciudad Universitaria, José Antonio Primo de Rivera, fusilado en el patio de una prisión, y el sempiterno recordado chacal Francisco Franco Bahamonde, lleno de tubos que intentaban mantenerlo con vida.
La mediocridad de Franco, aún se resiente más, al esbozar cualquier intento de equiparación con José Antonio, o Buenaventura Durruti, figuras que al margen de cualquier valoración, tienen una dimensión social por encima de partidismos que se asienta en la memoria colectiva, y de la historia.
Mi amigo no se refería tanto a Primo de Rivera, como a Durruti, el genuino ejemplo del revolucionario internacionalista, que practicaba en su tiempo la fórmula acuñada en nuestros días, de pensar globalmente y actuar localmente, bajo el grito de "ni Dios, ni Patria, ni Rey".
Ropa interior para una muda, dos pistolas, unas gafas de sol y unos prismáticos. Eso es todo lo que dejó al morir. Eso y su leyenda, que excede con mucho su biografía, que habla de un héroe proletario, de un Cristo rojo, de un Espartaco cuya controvertida muerte acrecienta el mito.
El historiador británico Hugh Thomas, recuerda que Durruti era calificado por sus enemigos como malhechor y rufián, sin embargo son múltiples los testimonios de familiares y conocidos, de su modestia económica destinando todo el dinero recaudado a los presos y a la lucha social.
Buenaventura Durruti nacía el 14 de julio de 1896 en León, este 20 de noviembre de 2007 se han cumplido 71 años de la muerte y también se cumplen los 110 de su natalicio.
Su primer trabajo fue de aprendiz de mecánico y su maestro en esta tarea fue Melchor Martínez, que tenía en León una gran reputación como revolucionario. (Llamaba la atención por leer «El Socialista» en público). De hecho, fue el primer mentor ideológico que Durruti tuvo. «Voy a hacer de tu hijo un buen mecánico, pero también un buen socialista», decía Melchor Martínez al padre de Durruti.
Durruti merece ser recordado por su vida más que por su muerte, su vida es su mejor regalo a la emancipación del hombre, una vida de valor, humildad, compromiso y lo más importante en estos dubitativos tiempos: MORAL.
Durruti fue duro y valiente sin ser machista, fue libre sin perder los valores y la moral, fue leal a su causa sin ser fanático, Durruti es de aquellos que nos hacen pensar en la humanidad.Durruti murió de pie frente al combate, de cara a la lucha, cuando muchos otros perdían minutos en debates estériles. Su despedida la había hecho su compañero, Francisco Ascaso, en un carta escrita desde el barco – prisión "Buenos Aires", en 1932:
Efectivamente. Ligada con la muerte, la fecha del 20 de noviembre tiene la coincidencia de ser el día que murieron en años distintos y formas diferentes, Buenaventura Durruti Dumange, muerto por una bala anónima en la madrileña, Ciudad Universitaria, José Antonio Primo de Rivera, fusilado en el patio de una prisión, y el sempiterno recordado chacal Francisco Franco Bahamonde, lleno de tubos que intentaban mantenerlo con vida.
La mediocridad de Franco, aún se resiente más, al esbozar cualquier intento de equiparación con José Antonio, o Buenaventura Durruti, figuras que al margen de cualquier valoración, tienen una dimensión social por encima de partidismos que se asienta en la memoria colectiva, y de la historia.
Mi amigo no se refería tanto a Primo de Rivera, como a Durruti, el genuino ejemplo del revolucionario internacionalista, que practicaba en su tiempo la fórmula acuñada en nuestros días, de pensar globalmente y actuar localmente, bajo el grito de "ni Dios, ni Patria, ni Rey".
Ropa interior para una muda, dos pistolas, unas gafas de sol y unos prismáticos. Eso es todo lo que dejó al morir. Eso y su leyenda, que excede con mucho su biografía, que habla de un héroe proletario, de un Cristo rojo, de un Espartaco cuya controvertida muerte acrecienta el mito.
El historiador británico Hugh Thomas, recuerda que Durruti era calificado por sus enemigos como malhechor y rufián, sin embargo son múltiples los testimonios de familiares y conocidos, de su modestia económica destinando todo el dinero recaudado a los presos y a la lucha social.
Buenaventura Durruti nacía el 14 de julio de 1896 en León, este 20 de noviembre de 2007 se han cumplido 71 años de la muerte y también se cumplen los 110 de su natalicio.
Su primer trabajo fue de aprendiz de mecánico y su maestro en esta tarea fue Melchor Martínez, que tenía en León una gran reputación como revolucionario. (Llamaba la atención por leer «El Socialista» en público). De hecho, fue el primer mentor ideológico que Durruti tuvo. «Voy a hacer de tu hijo un buen mecánico, pero también un buen socialista», decía Melchor Martínez al padre de Durruti.
Durruti merece ser recordado por su vida más que por su muerte, su vida es su mejor regalo a la emancipación del hombre, una vida de valor, humildad, compromiso y lo más importante en estos dubitativos tiempos: MORAL.
Durruti fue duro y valiente sin ser machista, fue libre sin perder los valores y la moral, fue leal a su causa sin ser fanático, Durruti es de aquellos que nos hacen pensar en la humanidad.Durruti murió de pie frente al combate, de cara a la lucha, cuando muchos otros perdían minutos en debates estériles. Su despedida la había hecho su compañero, Francisco Ascaso, en un carta escrita desde el barco – prisión "Buenos Aires", en 1932:
"Queridos amigos: Parece que empiezan a quitarle el polvo a la brújula. Partimos. He aquí una palabra que dice muchas cosas. Partir – según el poeta- es morir un poco. Pero para nosotros, que no somos poetas, la partida fue siempre un símbolo de vida. En marcha constante, en caminar perenne como eternos judíos sin patria; fuera de una sociedad en que no encontramos ambiente para vivir; pertenecientes a una clase explotada, sin plaza en el mundo todavía, la marcha fue siempre indicio de vitalidad. ¿Qué importa que partamos si sabemos que continuamos aquí, en el ama y en el espíritu de nuestros hermanos? Además, no es a nosotros a quienes se quiere desterrar, sino a nuestras ideas; y nosotros podremos marcharnos, pero las ideas quedan. Y serán ellas quienes nos harán volver, y son ellas las que nos dan fuerzas para partir.
¡Pobre burguesía que necesita recurrir a estos procedimientos para poder vivir! No es extraño. Está en lucha con nosotros y es natural que se defienda. Que martirice, que destierre, que asesine. Nadie muere sin lanzar zarpazos. Las bestias y los hombres se parecen en eso. Es lamentable que esos zarpazos causen víctimas, sobre todo cuando son hermanos los que caen. Pero es una ley ineluctable y tenemos que aceptarla. Que su agonía sea leve.
Las planchas de acero no bastan para contener nuestra alegría cuando pensamos en ello, porque sabemos que nuestros sufrimientos son el principio del fin. Algo se desmorona y muere. Su muerte es nuestra vida, nuestra liberación. Sufrir así no es sufrir. Es vivir, por el contrario, un sueño acariciado durante mucho tiempo; es asistir a la realización y desarrollo de una idea que alimentó nuestro espíritu y llenó el vacío de nuestras vidas.¡Partir es, pues, vivir! ¡He aquí nuestro saludo cuando os decimos no adiós, sino hasta pronto!
Seguramente hay ha quienes no les gustará, pero cuando Zapatero profundiza en su imaginario socialista, y lo define como Socialismo Libertario, enlaza con la tradición socialista más aceptada por el conjunto de pueblos que integran la península Ibérica, que es también la que da más sentido y contenido al socialismo.
Lo menos que puede decirse de Durruti es que tuvo una vida excepcional, con sus luces y sus sombras, que bien merece recordarse.
Seguramente hay ha quienes no les gustará, pero cuando Zapatero profundiza en su imaginario socialista, y lo define como Socialismo Libertario, enlaza con la tradición socialista más aceptada por el conjunto de pueblos que integran la península Ibérica, que es también la que da más sentido y contenido al socialismo.
Lo menos que puede decirse de Durruti es que tuvo una vida excepcional, con sus luces y sus sombras, que bien merece recordarse.