lunes, 23 de febrero de 2009

Del cinismo de los hipócritas


Gusta cultivar el mundo de la apariencia, el arte de parecer antes que el de ser. Una imagen vale más que una realidad tangible. Una foto tendrá siempre más alcance que un recuerdo. El logotipo dirá más de una empresa que su balance social. Y los valores proclamados públicamente gozarán de más importancia que los verdaderamente practicados en el ámbito interno, a pesar de que las evidencias se empeñen en demostrar la falsedad de los primeros.


¿Será preferible la interesada atención por las formas que la estruendosa opción de exhibir una sinceridad que puede parecer obscena? La hipocresía es el homenaje que le rinde el vicio a la virtud, la otra opción del vicio es el cinismo… Y el cinismo es más dañino que la hipocresía. Al menos socialmente, donde la transgresión no debe olvidar el pudor, aunque sólo sea para preservar la dignidad de la norma.


Así, desde la perspectiva de la norma, que aspira a regir colectividades, es preferible la hipocresía, que no pretende convertir el vicio en patrón de conducta general. Que al menos se disfraza de virtud, dejando entrever cierto grado de vergüenza social… ocurre en el caso de las presiones corporativas; es cierto que se mantienen sin menoscabo tras bastidores, pero ahora también se ejercen a cielo abierto, con regocijo… Y hasta se postulan como una rara especie de democracia directa, pugnando inclusive por alcanzar reconocimiento institucional para mayor exhibicionismo…


El resultado de haber sustituido la hipocresía por el cinismo es la destrucción de la precaria conciencia que se había forjado desde la restauración de la democracia. Se trata de un daño moral sistemático, tan eficiente como imperceptible… Y, por lo demás, puede ser irreversible, o, en el mejor de los casos, demandar varios años en rectificarse…